Tras 171 días con la persiana bajada, ayer volvimos a levantar el telón y el corazón del Teatro Olympia volvió a latir. Sentimos de nuevo ese reconocible palpitar en el pecho, el tembleque en las piernas, la sonrisa nerviosa y la emoción contenida como si fuera la primera vez.
Y es que el teatro tiene mucho de primeras veces. Nunca es
igual. Ésa es su magia. Ésta tuvo mucho de nervios, alegría y expectación. No sólo
por el espectáculo en sí, sino por la gran noticia que supone, después de
tantos meses, poder volver a abrir las puertas. No pudimos evitar sentir un
cosquilleo al encontrarnos de nuevo con vosotros: el público. Os echábamos de
menos.
Han sido tantas las preocupaciones, los cambios constantes,
la incertidumbre y el cansancio acumulado que hasta se han mustiado las plantas
de la oficina. Ha sido agotador trabajar sin descanso ante el desconcierto. Ha
sido triste sentir el miedo a que se rompiera algo tan frágil como es la
cultura, que ya de tanto vivir en la cuerda floja ha aprendido a caminar
haciendo equilibrios.
Pero en más de 100 años que el Teatro Olympia lleva en pie,
os podéis imaginar que otros, antes que nosotros, ya tuvieron que pelear por lo
suyo.
Con mucho cuidado, casi andando de puntillas, nos hemos
puesto en marcha. La alegría de volver al teatro, volver a imbuirnos de
cultura, de emocionarnos como sólo el arte sabe hacer, nos ilusiona tanto que
nos hemos puesto a trabajar para empezar de nuevo.
Subimos la persiana de la taquilla, abrimos las puertas, paseamos
por los pasillos del teatro, encendemos las luces de los camerinos, nos
perdemos entre bambalinas, entramos en el patio de butacas y nos subimos al
escenario. Pisamos las tablas, levantamos la mirada y frente a nosotros 900
butacas vacías nos miran atentas esperando que les digamos que estamos aquí de
nuevo, que enseñemos al mundo que somos y hacemos cultura.
Las plantas de la oficina siguen vivas, aunque se nota el
color blanquecino en sus hojas por la falta de luz. Demasiado tiempo solas en
una habitación oscura. Por suerte, ahora los focos del teatro vuelven a
iluminarnos la sonrisa. Y, aunque esté escondida detrás de la mascarilla,
podemos aseguraros que se nos nota en los ojos. Tendremos que aprender que
(ahora más que nunca) la mirada, en el teatro y en la vida, lo es todo.
Gracias,
Eva Garrido
#VolvemosAlTeatro #CulturaSegura